La Hospedería

Tal y como contempla la Regla de S. Benito, el Monasterio tiene también una hospedería por la que la Comunidad monástica comparte los frutos de su oración y su trabajo con aquellas personas que los necesiten Según nuestras Constituciones: "Por providencia de Dios, los monasterios son lugares santos, no sólo para quienes participan de la misma fe, sino para todos los hombres de buena voluntad" Por ello. "Los hermanos recibirán con bondad y reverencia a todos aquellos que la Divina Providencia guíe al Monasterio, sin que este servicio perturbe la quietud monástica".

TESTIMONIO
LA EXPERIENCIA DE UNA HUÉSPED EN
EL MONASTERIO CISTERCIENCE SANTA MARIA DEL PARAÍSO

Llegar al Monasterio Santa María del Paraíso a las 7 de noche, causa asombro. Sus horarios no son los nuestros; a esa hora los monjes celebran la última hora litúrgica del día cantando cálidamente: "Señor guárdanos como a la niña de tus ojos y ampáranos bajo la sombra de tus alas, para que velemos con Cristo y descansemos en paz...

A la entrada del monasterio se lee: "Esta es casa de oración, mansión de paz…"; ¡lugar de silencio y paz! y se siente nuevamente el asombro que es el contraste con la vida violenta, bulliciosa y saturante de la ciudad. El silencio no tiene sabor a soledad ni a vacío; ese profundo silencio se convierte en paz interior, la cual aparece en los ojos y no es transferible al otro. ¿No será acaso "topar" un poco a Dios?

Ir a la Trapa es una experiencia existencial en pos de la búsqueda de trascendencia que tenemos todos los seres humanos. Permite sumergirnos en las profundidades de nuestro yo, en donde no hay cabida para los maquillajes, las justificaciones, ni las mentiras con uno mismo. La verdad y la libertad se convierten en los desafíos a ser conquistados e incorporados en la vida de cada día, sobre todo en las pequeñas cosas.

El silencio y la soledad del Monasterio, donde viven los monjes a manera de "Guardianes del Mundo", incita a hacernos preguntas sobre la mundaneidad, el sentido de la dignidad humana, del valor de la vida tan maltratada y menospreciada en las relaciones personales, comunitarias, institucionales; en las esferas de la política y del poder...

La soledad vivida con estos descubrimientos no es soledad, es la condición necesaria para cerrar los círculos dolorosos del pasado y abrir otros nuevos que limpian lentamente los ojos para poder ver a Dios.