La inmoralidad de la comunidad internacional
La ausencia casi total de
reacción de la comunidad internacional ante los métodos crueles y bárbaros
utilizados estos días por el Estado de Israel respecto al pueblo palestino es
un ejemplo flagrante de la ausencia cada vez más total de respeto de los
valores morales, o sencillamente de moralidad en el seno de la comunidad
internacional.
Los países de Europa y de Norteamérica se jactan de
democracia y han emprendido la tarea de hacer obsequiar con ella al resto del
mundo –especialmente a las zonas del planetas ricas en petróleo– aunque sea
imponiendo este regalo con la fuerza de las armas y al precio de destrucciones
masivas de infraestructuras materiales sin contar las pérdidas muy
considerables en vidas humanas.
A partir del momento en que la economía neoliberal se
impuso como el valor básico de los países que se creen desarrollados,
subordinando todos los otros valores finalmente a éste, prácticamente todo
valor moral ha desaparecido en las relaciones entre los hombres y especialmente
entre los pueblos.
Hemos asistido durante los últimos años a toda una
serie de movimientos democráticos “teledirigidos” según un método perfeccionado
por la CIA y aplicado por toda una serie de organizaciones que le prestan su
apoyo o que se crearon incluso para hacer ese trabajo, en particular The
National Endowement for Democracy y su numerosas filiales, así como la Open
Society del millonario George Soros.
En el año 2000 los Estados Unidos lanzaron, en el
plano diplomático y con el uso de la prensa, una masiva operación de un
ejército de “encuestadores” y decenas de millones de dólares para derrocar a
Slobodan Milosevic en Serbia. Sin que nadie llorara su salida, se olvidó que el
fin no justifica los medios y se miró a otra parte en el hecho de que la
intervención masiva de un poder extranjero en la manipulación de un proceso
electoral constituye un peligroso precedente.
El mismo procedimiento se utilizó algunos años más
tarde para derrocar al presidente Edouard Shevardnadze en Georgia y para
reemplazarlo por Mikhail Saakashvili, que no tenía en absoluto la estatura
política de Shevardnadze pero era considerado como más “pro occidental”. Un
intento semejante desplegado diez meses después para derrocar a Kostunica en Bielorrusia, fracasó. También se desplegaron
todos los millones y medios necesarios en Ucrania para que resultase Yushchenko
como vencedor aunque Kuchma había obtenido más votos. Las campañas de protestas
se organizaron a las pocas horas de empezar la votación y los “encuestadores”
occidentales daban el 11% de ventaja a Yushchenko mucho antes de que se
cerraran las urnas.
El mismo método hundió a Haití en un marasmo aún más
trágico del que gozaba desde hacía varias generaciones y fracasó en Venezuela,
donde los expertos Americanos se equivocaron totalmente al apoyo de la
población venezolana que, en su gran mayoría, continúa agradecida a Hugo Chávez
por haberla liberado de una larga lista de gobiernos corruptos que habían
hundido al pueblo en la miseria a pesar del petróleo.
La lista de estas elecciones “democráticas”
teledirigidas no para de aumentar, sin olvidar, por supuesto, la última
elección en Líbano.
Pero cuando la nación palestina, durante una elección
hecha según todas las reglas de la democracia y bajo la supervisión de
observadores extranjeros que certificaron su honradez, elige un gobierno que no
agrada a los regímenes de Tal Aviv y de Washington, la comunidad internacional
se niega a reconocer la autoridad de este gobierno libremente elegido. Y no
sólo rechaza reconocerlo, sino que somete a la entera población palestina a
sufrimientos aún más grandes de los que ya está sufriendo desde que más medio
siglo. De hecho se cortan todas las subvenciones (necesarias desde hace mucho
tiempo por la destrucción sistemática de la economía palestina) y a nadie le
parece anormal que Israel se niegue a traspasar al gobierno palestino los
impuestos percibidos en su nombre de los palestinos – lo que, en el derecho
civil, constituye un puro y simple robo.
Antes reconocer el gobierno de Hamás, la comunidad
internacional exige que renuncie a la violencia.
¡Sentimientos hermosos indudablemente! Pero ¿se conoce otra situación en la
historia donde se haya creído necesario exigir a un pueblo ocupado militarmente
y atacado militarmente prácticamente a diario renunciar a defenderse? Por
supuesto, se puede y se debe pedir a los palestinos que no ataquen a civiles en
Israel; pero por qué nadie se atreve a pedir al mismo tiempo a Israel que
detenga sus asesinatos sistemáticos en Palestina, matando cada vez a un número
de civiles mayor que el de “sospechosos” que intenta asesinar con misiles
lanzados desde los aires hacia coches en calles a menudo abarrotadas de
civiles. Además, ¿no hay nadie en la comunidad internacional que tenga el
coraje y el sentido moral suficiente para recordar a los gobiernos autistas de
Israel y de Washington que la tradición de los países civilizados exige que se
detengan y se juzguen a las personas “sospechosas” de un crimen y no
asesinarlos sin haber probado su crimen? Evidentemente nadie, quienquiera que
sea, puede acusar a los líderes del estado de Israel, haga lo que haga, del más
evidente crimen contra el derecho internacional, sin que sea tachado de antisemita;
y como nadie quiere verse investido de este sambenito, este chantaje continúa
así siendo tan efectivo año tras año.
¿Cómo se puede reprochar a los líderes palestinos de
no controlar a los grupos extremistas que actúan en su territorio o en Israel
cuando desde hace décadas se ha hecho todo lo posible para convertir el
territorio palestino en absolutamente ingobernable, por ataques y controles
militares incesantes, por la neutralización de los medios de comunicaciones
entre los diversas partes del territorio y por la destrucción masiva y repetida
de todas infraestructuras? ¿Cómo se podía acusar a Arafat de no controlar la
violencia en Palestina, cuando se le retuvo prisionero en su recinto medio
destruido y sin comunicación con el exterior durante varios años, antes de su
envenenamiento?
Que se pida a Hamás reconocer el estado de Israel,
sí; pero que se pida también al estado de Israel impedir, como viene haciendo
desde más de medio siglo, la constitución de un Estado palestino. Que se le
pida sobre todo detener su frenética actividad de los últimos años –la
construcción del muro de la vergüenza, en concreto– que tiene como finalidad
hacer prácticamente imposible en el futuro un Estado palestino viable.
Es normal que uno se conmueva por el secuestro de un
joven soldado judío; pero sea por fatiga o hábito esa misma persona no se
conmueve ante el secuestro frecuente de centenares de palestinos, entre los que
se cuentan muchos niños, que se pudren en las prisiones de Israel. La reacción
extremadamente violenta del gobierno del estado de Israel al secuestro de su
joven soldado, castigando colectivamente a la población de Gaza con el corte de
electricidad y de agua potable y con la masiva destrucción de las
infraestructuras (puentes en concreto) que habían sobrevivido a los anteriores
ataques constituyen, en términos del derecho internacional, un crimen de la
guerra y un crimen contra la humanidad. El arresto de la casi totalidad del
gobierno palestino –elegido democráticamente hace poco– es un gesto de locura
arrogante que no refuerza la convicción de que el estado de Israel de ahora en
adelante disfruta, a los ojos de la comunidad internacional, de una inmunidad
completa que le autoriza a permitirse todo, incluso lo que, si otros lo
hicieran, se consideraría terrorismo e incluso crimen contra la
humanidad.
Estoy decepcionado también de ver cómo las
autoridades de la Iglesia católica, que tanta tinta gastaron para defenderse
contra lo que ellos percibieron como acusaciones en la fértil imaginación de
Dan Brown, el autor del Código de Da Vinci, han reaccionado tan poco ante el
drama presente. Las invitaciones generales dirigidas “a
todos las partes” para reanudar la negociación suenan tan huecas como las
llamadas a la “contención” dirigidas por George Bush a Israel.
Yo no me constituyo en abogado de ninguna violencia.
Condeno y lamento todas las violencias que se arremolinan en el Oriente Medio y
que afecta a los pueblos de Israel y de Palestina. Pero la inmoralidad de la
“doble medida” de la comunidad internacional me escandaliza y me estremece.
Sigo rechazando el término “terrorismo” cuyo uso actual está impregnado de
hipocresía hasta quedar podrido por ella. ¿Por qué la explosión de bombas humanas
en Israel sería un acto de terrorismo, pero no el lanzamiento de bombas inhumanas
desde el aire en Palestina? ¿Por qué los ataques contra los soldados de la
llamada “coalición” en Afganistán o en Irak son terrorismo, pero no el trato
inhumano e ilegal reservado a las víctimas de la
horrible prisión de Guantánamo?
En un artículo previo, yo utilicé la expresión del
“genocidio palestino”, que suscitó la sorpresa, el escándalo y la cólera de
algunos. Sé las definiciones –por otra parte muy amplias y bastante imprecisas–
de “genocidio” empleadas en varios documentos de las Naciones Unidas. Pero está
claro que la palabra genocidio de quiere decir etimológicamente que el acto o
el intento de provocar la muerte de una nación (genos). Si el hecho de
impedir sistemáticamente a un pueblo, durante más de medio siglo, constituirse
en nación y tener su propio país, y el hecho de encerrar a este pueblo –privado
de la mayor parte de su territorio– en campamentos para refugiados, donde reina
una pobreza abyecta, y mantenerlo sujeto a constantes y sistemáticas
humillaciones, a una ocupación civil y militar y a todos tipos de acoso, no
puede llamarse “genocidio”, que los gramáticos me inventen un neologismo,
porque ninguna otra palabra de ningún idioma moderno puede describir tal situación.
Dom
Abad
de la Abadía Cisterciense de Scourmont, Bélgica
30 de Junio, 2006.
[Traducción de Antonio Duato]