Participación de los Laicos en el carisma cisterciense
por : Armand Veilleux
         Durante el último cuarto de  siglo se ha desarrollado dentro de 
         Con ocasión del Capitulo 
    General de Holyoke, Estados Unidos, en 1984,  
    un tal Sr. Harvey Graveline de Nueva York, le había solicitado a un 
    superior de 
         El número de grupos laicos 
    que se consideran “cistercienses” y el número de personas que se vinculan 
    a ellos no dejan de aumentar y por ello, a menudo, se suscita el interrogante 
    de si no sería conveniente conferir a estos grupos un determinado estatuto 
    “oficial” dentro de 
Demos una ojeada a la evolución del movimiento
         Ya a principios de los 
    años 80 había comenzado a formarse un grupo  
    en el monasterio de Holy Spirit (Conyers) en los Estados Unidos.  A este grupo se  le dio un existencia más oficial a partir de 
    1987 y sus primeros miembros hicieron su “compromiso” en presencia de la comunidad 
    monástica y su abad el 25 de Marzo de 1990.
         En 1992, el Consejo Permanente 
    de OCSO preparó para las Comisiones Centrales que se reunieron en la Abadía 
    de Getsemaní, un documento de trabajo titulado Caminos Hacia la Autonomía: Distintas Formas de Hacer una Fundación (y 
    cuestiones relacionadas). Las Comisiones Centrales expusieron este documento 
    en el programa de la RGM de 1993, donde fue tratado siguiendo el procedimiento 
    ordinario, es decir, fue tratado por cuatro Comisiones Mixtas. Uno de los 
    “temas anexos” es justamente el que hoy nos interesa aquí.  En este documento se podía leer:
“Nunca hubo, en nuestra 
    tradición cisterciense, una Tercera Orden. Ni tampoco nuestros monasterios 
    tuvieron "Oblatos", como tienen muchas comunidades benedictinas. 
    Pero están creciendo movimientos en algunas partes en esta dirección.
       Varios monasterios de la 
    Orden tienen en su vecindad personas que, durante años, han mantenido unas 
    relaciones especiales con el monasterio y les gustaría ser "Oblatos" 
    o "Asociados" de la comunidad. Son generalmente hombres y mujeres 
    que han encontrado en sus contactos con la comunidad monástica cisterciense 
    la fuente de su propia vida espiritual. En muchos casos pudieran haber sido 
    (o incluso fueron) oblatos benedictinos o pertenecen a una tercera orden. 
    Pero es realmente en la tradición espiritual cisterciense donde se reconocen. 
    Son laicos, solteros o casados, que siguen asumiendo sus responsabilidades 
    familiares y sociales, pero que están dispuestos a desarrollar la dimensión 
    contemplativa de su vida. Conyers tiene un amplio grupo de tales personas 
    que crecen gradualmente a lo largo de los años y a quienes ha dado unos Estatutos 
    propios, considerándolos como una comunidad laica en conformidad con lo previsto 
    en el nuevo CIC. Existe también la "Granja de San Bernardo", grupo 
    vinculado a la Abadía de Cîteaux; y el Instituto italiano "Vivere in". 
    Varios monasterios de la Orden tienen algo similar.
       Esto es parte de un fenómeno 
    más amplio. El documento postsinodal publicado por Juan Pablo II después del 
    sínodo sobre los laicos (Christifideles 
    laici) tiene una sección (cf. especialmente los nn. 29-31) sobre la 
    importancia de tales comunidades laicas; y la mayoría de los institutos religiosos 
    tienen ahora alguna forma de asociaciones de laicos que comparten no sólo 
    las actividades de las comunidades, sino también, y por encima de todo, en 
    la vida espiritual de las mismas. La Unión de Superiores Generales (hombres) 
    y la Unión Internacional de Superioras Mayores (mujeres) en Roma estudiaron 
    esta cuestión en varias ocasiones durante estos últimos años. (Un buen análisis 
    de la actual evolución, ofrecida por Fr. Bruno Secondin, O.Carm., fue publicado 
    en Informationes -la publicación 
    de la Congregación de Religiosos- en diciembre de 1991, y reproducido en francés 
    en la Documentation Catholique 
    del 3 de mayo de 1992). Semejantes grupos, o auténticas comunidades de laicos, 
    que encuentran en la espiritualidad cisterciense la inspiración para su vida 
    deben ser claramente diferenciados de otras muchas personas que individualmente 
    visitan frecuentemente nuestras hospederías o comunidades, así como de las 
    amplias agrupaciones de estudiosos del hecho cisterciense que forman una familia 
    maravillosa a su aire, y los "amigos" de tal o cual antigua abadía.
       Es probablemente muy pronto 
    y quizá no necesario para la Orden el legislar sobre esto; pero, ¿no debería 
    la Orden agradecer de alguna manera el hecho de que estas comunidades laicas 
    hayan adoptado la espiritualidad cisterciense como fuente de su vida espiritual 
    y están dando una expresión nueva y concreta al carisma cisterciense?
       Como un primer paso, quizá, 
    las Conferencias Regionales podrían invitar a que se considerasen los varios 
    caminos en que este fenómeno se manifiesta en la Región. Después, el Capítulo 
    General quizá podría ofrecer algunas directrices pastorales a las comunidades 
    locales para que enfrenten estas peticiones e iniciativas.
       Aparte de compartir la vida 
    espiritual de la comunidad, estas personas o grupos, en muchos casos, quieren 
    ayudar a los monjes o monjas de modos prácticos, especialmente en lo que se 
    refiere a las cada vez más difíciles y complejas relaciones con el mundo exterior, 
    como por ejemplo los problemas surgidos de la administración material, los 
    asuntos financieros y legales. Hay cierta justificación en contemplar en este 
    desarrollo algo totalmente en consonancia con la forma original de la institución 
    de los hermanos conversos en el siglo XII y con la finalidad y esencia de 
    tal institución. (Estudios históricos recientes han mostrado que los hermanos 
    conversos en los primeros siglos de la Orden jugaron un papel importante en 
    la administración material de las propiedades cistercienses, firmando a veces 
    documentos importantes).
       La cuestión de la "vocación 
    de los hermanos conversos" nunca ha sido resuelta satisfactoriamente 
    en nuestra Orden y volverá a ser tratado en el próximo Capítulo General. ¿Resultaría 
    realista pensar que podemos volver sin más a la situación de hace treinta 
    años? Quizá este problema sin resolver pueda encontrar una solución por dos 
    direcciones complementarias. La primera está en la utilización de un pluralismo 
    bien entendido dentro de las comunidades de la Orden (como está previsto en 
    nuestra CST 14.2). Y la otra sería la promoción y desarrollo de esas comunidades 
    laicas autónomas que den una expresión nueva al carisma cisterciense en el 
    mundo, en comunión con las comunidades monásticas cistercienses enclaustradas”.
Este asunto fue estudiado cuidadosamente  en la RGM de 1993 por las cuatro Comisiones 
    mencionadas y la RGM llegó a la misma conclusión que en 1984.  No era momento de legislar pero si de permitir 
    que este movimiento espiritual fuese evolucionando.  Se invitó a todas las Regiones a estar vigilantes 
    a este respecto.
Entre tanto un cierto número de grupos se habían ido 
    formando no sólo en los Estados Unidos sino también en otros lugares del mundo 
    dentro de la Orden, especialmente La Grande Saint Bernard, un grupo 
    nacido en Clairvaux en 1990 para estudiar la espiritualidad cisterciense y 
    hacerla conocer.  En Enero de 1995, 
    después de haber visitado al grupo de Conyers en los años anteriores,  Dom Bernardo escribió 
    un importante documento titulado: Reflexiones 
    Provocativas sobre “ASOCIACIONES CARISMÁTICAS”.  En este documento, invitaba a los grupos a reaccionar 
    y un determinado número lo hicieron. Dom Bernardo 
    habló de nuevo de ese tema al final de una conferencia en la RGM de 
    1996 (Cf. Schola caritatis, pp. 16-17) De esta forma se fue 
    desarrollando lentamente una cierta visión común  a partir de grupos muy diversos.
“... a discernir con prudencia y sentido profético, la participación 
    de fieles laicos en su familia espiritual, bajo la forma de “miembros asociados”, 
    siguiendo las necesidades presentes en ciertos contextos culturales, bajo 
    la forma de un compartir temporal en la vida de la comunidad y un compromiso 
    a la contemplación, con tal de que la identidad especial de [su] vida monacal 
    no sufra menoscabo”
Algunos grupos pertenecientes a distintos monasterios 
    de los Estados Unidos se reunieron en Genesee en Octubre de 1999 y redactaron 
    un documento titulado “El Vínculo de  
    Caridad” que expresaba no sólo los puntos comunes de sus aspiraciones, 
    sino también su combate para ser levadura en el mundo contemporáneo viviendo 
    el carisma cisterciense.  Durante ese mismo año, Verónica Umegakwe, de Nigeria, fue invitada a hablar a los Capitulares, 
    en Lourdes, sobre la gran vitalidad de los grupos laicos cistercienses puestos 
    bajo el patrocinio del beato Cyprien Tansi.
Encuentros Internacionales de los Laicos Cistercienses
Quilvo 2000
En el transcurso de los años sucesivos se organizaron 
    de forma espontánea, por los propios laicos, tres Encuentros Internacionales. 
    El primero de ellos fue convocado en el monasterio de Quilvo, Chile, en Enero de 2000, por un grupo que acababa 
    de ser fundado. Además de los laicos cistercienses chilenos, también tomaron 
    parte participantes procedentes de Francia y los Estados Unidos, en total 
    estaban representadas siete comunidades. Se redactó un documento que se publicó 
    y se envió al Abad general OCSO, dom Bernardo Olivera.
Conyers 2002
Un segundo Encuentro Internacional tuvo lugar en  
    Holy Spirit (Conyers, USA) del 24 al 
    30 de Abril de 2002 en el que participaron un centenar de personas pertenecientes 
    a 26 grupos de Laicos cistercienses asociados a monasterios de Canadá, Chile, 
    Francia, Irlanda, Nigeria, Noruega, España, Suiza, los Estados Unidos y Venezuela.  
    Se creó una comisión de coordinación con cinco representantes con el 
    encargo de preparar el próximo Encuentro Internacional que debía celebrarse 
    en 2005 en Clairvaux, Francia.  
    También se nombró otra comisión,  llamada 
    de comunicación, formada por siete personas, que debía ocuparse de mantener 
    un diálogo abierto y de crear y administrar el sitio Web http//:cistercianfamily.org 
    en tres lenguas: Inglés, Francés y Español.  
    En este Encuentro se redactó una carta dirigida al Capítulo General, 
    de la cual incluyo aquí algunos extractos:
“Somos hombres y mujeres laicos, que nos 
    sentimos profundamente llamados a buscar a Dios por medio de la tradición 
    Cisterciense. Aceptamos la Regla de San Benito, como nuestra guía para vivir 
    el Evangelio de Jesucristo. Por medio de la espiritualidad cisterciense, buscamos 
    hacer nuestra la Regla de San Benito  y 
    viviendo sus preceptos unificar nuestras vidas. Desde la gran riqueza y diversidad 
    de nuestros grupos, compartimos unos valores y prácticas que nos unen. Entre 
    los cuales se incluyen:
·        
    Lectio divina 
·        
    Oración individual, comunitaria y litúrgica 
    
·        
    Simplicidad de vida 
·        
    Conversatio morum 
·        
    Silencio interior y contemplación 
·        
    El trabajo como camino de santidad
    
    El creciente número de comunidades y de personas 
    individuales buscando nuestra ayuda para seguir este camino Cisterciense, 
    nos enfrenta a algunos retos. […] Creemos que ha llegado el momento de pedirles 
    una palabra de sabiduría y reconocimiento, para alentarnos a vivir el carisma 
    Cisterciense en el mundo. A la vez, también solicitamos al Capítulo General 
    que discierna la autenticidad de la obra que el Espíritu Santo está efectuando 
    en nuestras vidas. La ayuda fraterna y la oración de la Orden, es un elemento 
    importante para responder con autenticidad a la presencia de Jesús en nuestros 
    corazones y para la renovación de la Iglesia en este nuevo milenio”.
         Inclinándose 
    ante la evidencia de una llamada del Espíritu Santo, por el florecimiento 
    de estos grupos Laicos con el deseo de vivir el carisma cisterciense, el Capítulo 
    General aceptó, el 24 de Septiembre de 2002, pronunciar la esperada palabra 
    de sabiduría.  Refiriéndose a las palabras 
    del Papa en su mensaje de 1998, el Capítulo General escribía:  
“[Estas 
    palabras del Papa] serán tanto para vosotros como para nosotros puntos de 
    referencia para discernir cómo unos y otros participaremos del mismo carisma. 
    Nuestras diferencias son evidentes, y, sin embargo, procedemos de la misma 
    veta. En el respeto de estas diferencias, nuestra unidad podrá crecer sobre 
    fundamentos sólidos y duraderos. Ignoramos el futuro, pero nuestra visión 
    de la Familia Cisterciense os reconoce como testigos auténticos de la vocación 
    cisterciense comprometida en el mundo. Sentimos emoción y profundo reconocimiento 
    al Espíritu que trabaja en vosotros. Él es el Señor y guía de nuestra unidad 
    en la diversidad de nuestros estados de vida. Aunque vuestros grupos antiguos 
    tienen ya varios años de experiencia, se trata aquí de una situación nueva 
    tanto para nosotros como para vosotros. Cada una de nuestras comunidades es 
    autónoma y os responderá según su contexto cultural, su ritmo propio y la 
    sensibilidad de sus miembros. Sabed que vuestro interés por nuestra vida monástica 
    nos anima a vivirla siempre con más fidelidad. Proseguid en la ruta en que 
    estáis comprometidos, compartiendo con nosotros la tradición que nos da la 
    vida”. 
         La Grange 
    de Clairvaux 2005
         A pesar de no disponer 
    de la infraestructura que ofrece una hospedería monástica, el grupo conocido 
    bajo el nombre de La Grange de Clairvaux 
    acogió del 1 al 7 de Junio de 2005 el tercer  
    Encuentro Internacional de los Laicos Cistercienses. Asistieron 130 
    personas aproximadamente (entre las que se encontraban unos veinte monjes 
    y monjas) representando a 34 grupos de todo el mundo.  En este Encuentro, que contó con la participación 
    del Abad General, se confirmó que los laicos comparten la búsqueda y la práctica 
    de  valores como la lectio, 
    la oración personal, en comunidad y litúrgica, la simplicidad de vida, la 
    conversatio morum, el silencio 
    interior y la contemplación y, finalmente, el trabajo como camino de santificación.  
    Además se constató que todos los grupos se arraigaban y fortalecían 
    en la devoción a María, Reina de Cîteaux; que iban desarrollando un sentido 
    cada vez mayor de comunidad entre las personas y vivían su misión activamente 
    en el mundo. Lejos de querer “jugar a ser monjes o monjas”, sus aspiraciones 
    son las de encarnar en sus vidas como laicos, dentro de  
    sus familias y profesiones,  los 
    mismos valores fundamentales de la espiritualidad cisterciense que los monjes 
    y monjas encarnan dentro de sus claustros.
         En el Encuentro de Clairvaux  se eligió 
    un Comité Internacional, encargado de crear un vínculo entre todos los grupos 
    de Laicos Cistercienses del mundo así como establecer relaciones con la Orden 
    en su conjunto. A tal efecto, y tras  la 
    solicitud de los propios laicos, la RGM decidió nombrar un  abad de la Orden para crear un vínculo entre 
    la Orden y este Comité.  Esta estructura 
    tiene por objeto favorecer el intercambio sobre los elementos comunes y la 
    diversidad, y facilitar recursos espirituales tanto a los grupos antiguos 
    como a los de reciente formación. No se trata de crear uniformidad, sino de 
    encontrar los puntos esenciales que son compartidos por todos los grupos Laicos 
    cistercienses. En la actualidad se pueden encontrar alrededor de sesenta grupos 
    en el mundo repartidos por los cinco continentes, aunque el mayor número se 
    concentran en los Estados Unidos y Francia, y también en España y América 
    Latina. Es necesario precisar que no sólo están vinculados a los Cistercienses 
    de la Estricta  Observancia; algunos, 
    aunque en menor número, están asociados a la Orden Cisterciense o a las Bernardinas de Esquermes.
         Huerta 2008
  El cuarto Encuentro Internacional 
    está programado para los días 31 de mayo al 7 de junio de 2008, en España, 
    en el monasterio de Huerta. Este Encuentro ha sido preparado a lo largo de 
    los últimos años por el Grupo de Coordinación (Steering Committee) elegido en Clairvaux en 2005, en colaboración con el grupo asociado a 
    la abadía de Huerta, que se ocupa en particular de toda la logística de esta 
    reunión.   
  El fin primero de este Encuentro 
    será, evidentemente, como lo fue para los Encuentros Internacionales precedentes, 
    dar ocasión a los participantes, que vienen de diversos países y de diversas 
    culturas, compartir sus experiencias, ayudarse e iluminarse mutuamente. Pero 
    la reunión tendrá también dos tareas importantes. La primera será la tarea 
    de llegar a formular una visión común de aquello que los Laicos cistercienses 
    quieren vivir y que ellos consideran como los elementos esenciales de su vocación en tanto 
    que “laicos” y en tanto que “cistercienses”.  En efecto, para ellos no se trata de ningún 
    modo de “jugar a monjes o monjas”, sino de encarnar en su vida de laicos los 
    valores esenciales de la espiritualidad cisterciense.  
  La segunda tarea en Huerta será 
    discernir si el tiempo de pedir un cierto reconocimiento oficial ha llegado 
    para estos grupos, sea por parte de una comunidad monástica local, sea por 
    parte de la Orden o de la Iglesia.
Una cuestión anexa, pero no sin importancia, será para el grupo decidir 
    si debe darse una cierta existencia en tanto que agrupación internacional, 
    a fin de poder dar un mandato preciso a un grupo internacional de coordinación. 
    
En los párrafos que siguen quisiera elaborar 
    un poco estas tres finalidades a las que deberán responder los participantes 
    de la reunión de Huerta.
Lo que viven los Laicos cistercienses.
A pesar de considerables diferencias de funcionamiento, 
    los valores cistercienses privilegiados por todos los grupos de Laicos cistercienses 
    son sensiblemente los mismos. Estos valores son los ya mencionados en la carta 
    de los Laicos al Capítulo General de 2002, a saber, la lectio divina, la oración personal y litúrgica, 
    la simplicad de vida, el silencio interior y la 
    contemplación, el trabajo como medio de santificación. 
Existe un cierto consenso de que la vida cisterciense, 
    siendo esencialmente cenobítica, para ser considerada « laica cisterciense » 
    no es suficiente que sea vivida individualmente ligada a una comunidad de 
    monjes o de monjas, o incluso de vivir solo en el mundo una vida inspirada 
    por la espiritualidad o la tradición cisterciense. Es necesario pertenecer 
    a un grupo de Laicos cistercienses. Según las sensibilidades propias de cada 
    área lingüística, algunos llaman espontáneamente a estos grupos “comunidades”; 
    otros prefieren el nombre de “fraternidades”; otros se atienen a la apelación 
    más neutra de “grupos”. Hay aquí, probablemente, una simple diferencia de 
    sensibilidad cultural. En ciertos contextos culturales se da fácilmente el 
    nombre de « comunidad » a todo grupo de personas que tienen entre 
    ellas una relación profunda y sobre todo considerándose responsables los unos 
    de los otros, vivan o no juntos o en un mismo lugar. En otros ambientes culturales 
    se prefiere reservar el nombre de “comunidades” a los grupos de personas que 
    viven juntas bajo el mismo techo.
Algunos de estos grupos se limitan a encuentros 
    ocasionales de oración y de compartir, en general en el monasterio, y con 
    un monje o monja. Otros grupos ponen un acento más fuerte en la enseñanza 
    dada sea por otros miembros del grupo, sea por la comunidad monástica. Incluso 
    algunos grupos tienen un proceso elaborado de discernimiento de “vocaciones”, 
    de formación y de introducción en el grupo. Para otros grupos, todo esto es 
    mucho más simple. 
Una cuestión más importante es la vinculación 
    a una comunidad de monjes o monjas. Para la gran mayoría de los grupos esta 
    vinculación  es considerada como esencial. 
    Se razona, entonces, por referencia a la situación de los monjes y de las 
    monjas. Ningún monje o monja está vinculado a la Orden si no es a través de 
    una comunidad local. Si los laicos quieren ser reconocidos como “cistercienses”, 
    esto sólo es posible a través de su vinculación a una comunidad cisterciense. 
    Pero para algunos otros, esta vinculación no es esencial. La comunidad laica 
    es ella misma considerada como cisterciense a causa de lo que vive. Ella misma 
    puede engendrar otras comunidades de laicos cistercienses o federarlos. Como 
    se ve, se toca ya aquí la cuestión de la oportunidad -o no- de un “reconocimiento” 
    oficial.
La cuestión de un reconocimiento oficial.
Nos preguntamos lo que significa un « reconocimiento », 
    antes de preguntarnos qué tipos de reconocimiento son posibles. 
Para esclarecer esta cuestión, hagamos nuevamente 
    la comparación con la situación de los monjes y de las monjas. Está claro 
    que cualquier persona puede vivir en el mundo los valores espirituales que 
    constituyen la vida monástica o la vida consagrada en general. Diversas personas 
    pueden reunirse para vivir juntas estos valores. No es necesario ningún permiso 
    para esto.  La jerarquía o la autoridad 
    de la Iglesia nunca ha fundado comunidades monásticas o religiosas; pero ella 
    “reconoce” un cierto número, aprobando 
    sus Constituciones. Cuando la autoridad eclesiástica aprueba una comunidad 
    o una congregación, dice al conjunto del Pueblo de Dios que se hace garante 
    del valor espiritual de esta forma de vida y de su aptitud para conducir al 
    encuentro con Dios a las personas que formarán parte de dicha forma de vida.
Cuando un nombre -como el de “benedictino” o 
    “cisterciense” o “dominico”- ha sido desde largo tiempo, e incluso desde siglos, 
    vinculado a una forma de vida oficialmente reconocida por la Iglesia, no es 
    conveniente que alguno sin ninguna referencia institucional a esta institución 
    oficialmente reconocida se arrogue este título. Este es el motivo por el que, 
    cuando un monje o una monja, incluso con todos los permisos, funda a título 
    personal una comunidad no asumida por su propia comunidad, la Orden (y la 
    Iglesia) se oponen siempre a que se dé la calificación de “cisterciense” o 
    de “trapense” a su comunidad, sea cual sea la cualidad de la vida religiosa 
    practicada por su grupo. No se trata de defender un título de propiedad, sino 
    de evitar que los candidatos o candidatas eventuales no sean inducidos a error 
    sobre la “garantía” oficial que tal grupo puede haber recibido, o no haber 
    recibido (sea el que sea su valor objetivo). 
Vemos enseguida cómo esta reflexión debe aplicarse 
    a los grupos o comunidades de Laicos cistercienses. Hasta aquí no podemos 
    sino regocijarnos de la calidad que viven todos los grupos; pero es posible 
    pegar toda clase de  patinazos y resbalones (¡incluso en las 
    comunidades monásticas!). Así pues, no conviene que el nombre “cisterciense” 
    sea utilizado para designar un grupo, sin que sea recibido un cierto reconocimiento de que aquello que vive es verdaderamente 
    cisterciense. 
  La actitud de OCSO (y, parece ser del mismo modo en otras ramas de la Familia 
    cisterciense) ha sido hasta aquí dejar a cada comunidad local con su superior/a 
    permitir que un grupo se asocie a su vida. En términos rigurosos, sea cual 
    sea la cualidad de lo que vive este grupo, este está asociado a la comunidad 
    local sin ser parte de ella. No pertenece a la Orden pero le está indirectamente 
    asociada por su asociación a la comunidad local. 
El derecho canónico permite a una asociación 
    de laicos hacerse reconocer como asociación diocesana. Este o aquel grupo 
    ha pedido y obtenido una tal asociación. No parece que un obispo local tenga 
    la autoridad de atribuir el título -o el carácter- “cisterciense” a un grupo 
    local, siendo así que se trata de una Orden -e incluso de Órdenes- de derecho 
    pontificio. 
Una cuestión más importante es la de un reconocimiento 
    del conjunto de los grupos constituyendo este gran movimiento espiritual que 
    no ha cesado de crecer a lo largo de este último cuarto de siglo. Dos vías 
    netamente diferentes se ofrecen para un tal reconocimiento: o bien el reconocimiento 
    es pedido a la Santa Sede, o bien es pedido a la Orden. En el primer caso 
    se tratará de obtener del Consejo Pontificio 
    para los Laicos un reconocimiento oficial de una asociación de todos los 
    grupos de Laicos cistercienses como “Asociación Internacional de Fieles”, a ejemplo del Camino Neocatecumenal, de las Comunidades de Emmanuel, de San Egidio, 
    de Comunión y Liberación, etc. Una tal Asociación Internacional tendría su 
    propio gobierno y no dependería de ninguna de las Órdenes cistercienses, incluso, 
    sin duda alguna, si viviera en una gran comunión con ellas. Esta opción no 
    se puede rechazar, pero parece ser poco popular entre os grupos actuales.
La otra vía es la del reconocimiento dado por 
    la Orden (es decir, en nuestro caso, por OCSO) en la línea prevista por el 
    Canon 303 del Código de Derecho Canónico. Aquí, también, teóricamente hay 
    dos opciones. La primera opción sería que la Orden reconozca la existencia 
    de una suerte de Tercera Orden cisterciense compuesta de comunidades laicas. 
    Esta Tercera Orden tendría sin duda su propio gobierno y dependería directamente 
    de los Capítulos Generales de abades y abadesas (hasta el tiempo cuando tendremos 
    nuestro Capítulo único). Si no me equivoco, esta opción es incluso menos popular 
    que la precedente. La opción que queda es la del reconocimiento a través del 
    lazo con una comunidad local de monjes o monjas.  
  Esta última opción puede conllevar diversos grados -y sin duda sucesivos. 
    Hasta ahora, la Orden se ha contentado con decir -pero sólo implícitamente- 
    que nada impide a una comunidad local establecer lazos espirituales con un 
    grupo de laicos. Para que haya un verdadero “reconocimiento” que no sea sólo 
    reconocer la existencia de estos grupos, sería necesario que los Capítulos 
    Generales, en una decisión oficial inscrita en sus Actas, reconocieran que 
    cada comunidad de monjes o monjas pudiera asociarse una « comunidad de 
    laicos » en el sentido dado por el Derecho canónico a esta comunidades 
    de laicos asociadas a un Instituto religioso. Evidentemente, en este caso, 
    los Capítulos Generales deberán establecer ciertas condiciones al menos mínimas 
    para que un tal reconocimiento sea posible en cada caso.   
Es en este sentido que los Laicos cistercienses 
    reunidos en Huerta se esforzarán por formular una « visión común » 
    de su vocación con el fin de presentarla para ser discernida y eventualmente 
    aprobada por los Capítulos Generales de Asís en el próximo septiembre. 
Pero se puede pensar que esta evolución de su 
    naturaleza podría ir más lejos. En efecto, estos laicos asociados a la Orden 
    a través de su asociación a una comunidad local no son realmente miembros ni de la Orden, ni de la comunidad 
    local a la cual están asociados. ¿Qué sería necesario para que pertenezcan 
    a la Orden y puedan ser llamados con todo rigor terminológico y en toda su 
    verdad «cistercienses»? Sería suficiente que la Orden modificase ligeramente 
    su descripción jurídica de la «comunidad cisterciense». Un ligero añadido 
    a la Constitución 6 sería suficiente. Se leería, entonces, así:
 
«La comunidad está constituida de hermanos/hermanas que han hecho su profesión, 
    de novicios/as y de otras personas admitidas en su seno por razón de probación 
    así como de oblatos y de laicos pertenecientes 
    a la comunidad de laicos cistercienses vinculados a la comunidad».
         ¿Es esta una pura utopía? No 
    lo creo; es cierto que queda una larga evolución por hacer antes de llegar 
    aquí y que un Estatuto determine muy claramente las condiciones y modalidades 
    de un tal reconocimiento y de una tal pertenencia. Podríamos inspirarnos en 
    la situación de nuestra Orden en el siglo XII donde la familia de cada comunidad local constaba no sólo de monjes (o monjas) 
    sino también de conversos, y de “familiares” de diversas categorías. 
         Una cosa es cierta, el Espíritu 
    Santo está en camino de dar una nueva expresión del carisma cisterciense, 
    después de todas las expresiones fuertemente diversas que ha dado a través 
    de los siglos, en las diversas Órdenes y Congregaciones pertenecientes a la 
    gran Familia cisterciense. Nos corresponde encontrar una forma jurídica que 
    permita a esta nueva expresión de nuestro carisma desarrollarse y ser portadora 
    de sus frutos. Dar una forma jurídica al carisma es una dimensión propia del 
    carisma cisterciense. De esta manera es como nuestros primeros Padres, a través 
    del genio de Esteban Harding y la Carta de Caridad, han permitido a la Orden 
    expansionarse con tal energía.  
La gestión práctica de un movimiento 
    internacional. 
         Paralelamente a la cuestión 
    canónica de la oportunidad de una cierta forma de reconocimiento oficial del 
    laicado cisterciense, existe la cuestión del todo práctica de la gestión de 
    las relaciones entre los grupos. Muy pronto las personas pertenecientes a 
    los diversos grupos han sentido el deseo y la necesidad de encontrarse para 
    compartir sus experiencias, aprender los unos de los otros y enriquecerse 
    mutuamente. Es así como se han organizado espontáneamente los primeros encuentros 
    internacionales. Desde el segundo Encuentro, el de Conyers, las personas presentes en esta reunión han designado 
    a algunas personas para organizar la reunión siguiente.   No se trataba de un “mandato”, pues no había 
    ninguna persona moral que pudiese dar este mandato. En efecto, este encuentro 
    de Conyers era un encuentro libre de personas individuales 
    pertenecientes a algunos grupos. 
         Incluso fue así en Clairvaux en 2005. Las personas  reunidas eligieron un comité llamado « Steering Committee », 
    para coordinar a la vez la comunicación entre los grupos de laicos cistercienses 
    y con OCSO y, eventualmente, las otras Órdenes cistercienses. Los miembros 
    este grupo no recibieron un mandato preciso puesto por escrito y votado por 
    la asamblea. Es normal que su mandato fuera interpretado de manera diferente. 
    En la organización de la reunión siguiente, esta de Huerta, necesariamente 
    debieron tomar posición sobre cuestiones concretas tales como: ¿quién debe 
    ser invitado y quién puede ser aceptado a este Encuentro? ¿Todas las personas 
    que lo deseen, pertenezcan o no a un grupo? ¿Qué grupos pueden ser reconocidos 
    como grupos de laicos cistercienses -únicamente aquellos que se vinculan a 
    una comunidad monástica, o todo grupo que quiere llamarse así? Se podría decir, 
    en rigor terminológico, que el Steering Committee no tiene mandato oficial para 
    tomar estas decisiones ; pero hay decisiones que tomar y nadie mejor 
    indicado que ellos para tomarlas. No sólo este grupo no tiene ningún documento 
    ni ninguna autoridad a la que referirse para encontrar respuesta a estas cuestiones, 
    tampoco hay persona a quien rendir cuentas de su gestión, porque las personas 
    físicas reunidas en Huerta no serán, en su mayor parte, aquellas que estuvieron 
    en Clairvaux. 
         Todo esto muestra que si los 
    grupos laicos cistercienses quieren continuar organizando comunicaciones entre ellos y sobre todo nuevos encuentros 
    internacionales, deben darse una suerte de existencia colectiva como persona 
    moral. Así, podrían crear una “Asociación de Laicos cistercienses”. Es 
    importante precisar que no se trata de ninguna realidad canónica, 
    sino de un grupo que se da una estructura de funcionamiento con el fin de 
    llegar a una cierta eficacia. Es así que existen asociaciones de padres-maestros 
    y de madres-maestras o asociaciones de cillereros y cillereras, reagrupando a menudo 
    personas pertenecientes a diversas Órdenes, y que existen simplemente con 
    el fin de ayudarse de manera eficaz. Tal asociación deberá entonces darse 
    unos estatutos, al menos elementales, determinando quien puede pertenecer, 
    y eligiendo un equipo de gestión o de coordinación por un tiempo determinado 
    y con un mandato preciso. Hacerlo sería ser fiel al espíritu primitivo de 
    Cîteaux que, subrayando la autonomía de las comunidades, se dio estructuras 
    elaboradas al servicio del ejercicio de la caridad. 
Conclusión 
         El movimiento de los « laicos cistercienses » 
    se ha desarrollado de una forma admirable a lo largo de estos decenios. Ha 
    tomado dimensiones que nadie habría podido suponer hace veinte años. Los frutos 
    son visibles en la vida de los laicos y de las comunidades que los acompañan. 
    No se puede dudar que se trata de un movimiento bajo el influjo del Espíritu 
    Santo. 
         La Orden, ciertamente, ha estado 
    bien inspirada cuando ha dejado evolucionar esta realidad espiritual sin intervenir 
    prematuramente por directivas y reglas. Sin embargo la importancia tomada 
    por este movimiento, aunque fuese sólo numérica, en la vida de la Orden, hace 
    que sea imprudente diferir por más tiempo un tipo de “reconocimiento” oficial…. 
    y el establecimiento de ciertas normas al menos mínimas como condición de 
    este reconocimiento. 
         Al mismo tiempo, independientemente 
    de este reconocimiento de carácter jurídico o canónico, pero paralelamente 
    a él, parece también urgente que el conjunto de los que se quieren “laicos 
    cistercienses” -si desean continuar funcionando a nivel mundial y entre Órdenes 
    donde funcionan actualmente- se constituyan en “persona moral” pudiendo dar 
    mandatos precisos a aquellos a quienes sean confiados algunos servicios. 
         
Scourmont, Día de Pascua 
    de 2008
Armand VEILLEUX