Participación de los Laicos en el carisma cisterciense
por : Armand Veilleux
Durante el último cuarto de siglo se ha desarrollado dentro de
Con ocasión del Capitulo
General de Holyoke, Estados Unidos, en 1984,
un tal Sr. Harvey Graveline de Nueva York, le había solicitado a un
superior de
El número de grupos laicos
que se consideran “cistercienses” y el número de personas que se vinculan
a ellos no dejan de aumentar y por ello, a menudo, se suscita el interrogante
de si no sería conveniente conferir a estos grupos un determinado estatuto
“oficial” dentro de
Demos una ojeada a la evolución del movimiento
Ya a principios de los
años 80 había comenzado a formarse un grupo
en el monasterio de Holy Spirit (Conyers) en los Estados Unidos. A este grupo se le dio un existencia más oficial a partir de
1987 y sus primeros miembros hicieron su “compromiso” en presencia de la comunidad
monástica y su abad el 25 de Marzo de 1990.
En 1992, el Consejo Permanente
de OCSO preparó para las Comisiones Centrales que se reunieron en la Abadía
de Getsemaní, un documento de trabajo titulado Caminos Hacia la Autonomía: Distintas Formas de Hacer una Fundación (y
cuestiones relacionadas). Las Comisiones Centrales expusieron este documento
en el programa de la RGM de 1993, donde fue tratado siguiendo el procedimiento
ordinario, es decir, fue tratado por cuatro Comisiones Mixtas. Uno de los
“temas anexos” es justamente el que hoy nos interesa aquí. En este documento se podía leer:
“Nunca hubo, en nuestra
tradición cisterciense, una Tercera Orden. Ni tampoco nuestros monasterios
tuvieron "Oblatos", como tienen muchas comunidades benedictinas.
Pero están creciendo movimientos en algunas partes en esta dirección.
Varios monasterios de la
Orden tienen en su vecindad personas que, durante años, han mantenido unas
relaciones especiales con el monasterio y les gustaría ser "Oblatos"
o "Asociados" de la comunidad. Son generalmente hombres y mujeres
que han encontrado en sus contactos con la comunidad monástica cisterciense
la fuente de su propia vida espiritual. En muchos casos pudieran haber sido
(o incluso fueron) oblatos benedictinos o pertenecen a una tercera orden.
Pero es realmente en la tradición espiritual cisterciense donde se reconocen.
Son laicos, solteros o casados, que siguen asumiendo sus responsabilidades
familiares y sociales, pero que están dispuestos a desarrollar la dimensión
contemplativa de su vida. Conyers tiene un amplio grupo de tales personas
que crecen gradualmente a lo largo de los años y a quienes ha dado unos Estatutos
propios, considerándolos como una comunidad laica en conformidad con lo previsto
en el nuevo CIC. Existe también la "Granja de San Bernardo", grupo
vinculado a la Abadía de Cîteaux; y el Instituto italiano "Vivere in".
Varios monasterios de la Orden tienen algo similar.
Esto es parte de un fenómeno
más amplio. El documento postsinodal publicado por Juan Pablo II después del
sínodo sobre los laicos (Christifideles
laici) tiene una sección (cf. especialmente los nn. 29-31) sobre la
importancia de tales comunidades laicas; y la mayoría de los institutos religiosos
tienen ahora alguna forma de asociaciones de laicos que comparten no sólo
las actividades de las comunidades, sino también, y por encima de todo, en
la vida espiritual de las mismas. La Unión de Superiores Generales (hombres)
y la Unión Internacional de Superioras Mayores (mujeres) en Roma estudiaron
esta cuestión en varias ocasiones durante estos últimos años. (Un buen análisis
de la actual evolución, ofrecida por Fr. Bruno Secondin, O.Carm., fue publicado
en Informationes -la publicación
de la Congregación de Religiosos- en diciembre de 1991, y reproducido en francés
en la Documentation Catholique
del 3 de mayo de 1992). Semejantes grupos, o auténticas comunidades de laicos,
que encuentran en la espiritualidad cisterciense la inspiración para su vida
deben ser claramente diferenciados de otras muchas personas que individualmente
visitan frecuentemente nuestras hospederías o comunidades, así como de las
amplias agrupaciones de estudiosos del hecho cisterciense que forman una familia
maravillosa a su aire, y los "amigos" de tal o cual antigua abadía.
Es probablemente muy pronto
y quizá no necesario para la Orden el legislar sobre esto; pero, ¿no debería
la Orden agradecer de alguna manera el hecho de que estas comunidades laicas
hayan adoptado la espiritualidad cisterciense como fuente de su vida espiritual
y están dando una expresión nueva y concreta al carisma cisterciense?
Como un primer paso, quizá,
las Conferencias Regionales podrían invitar a que se considerasen los varios
caminos en que este fenómeno se manifiesta en la Región. Después, el Capítulo
General quizá podría ofrecer algunas directrices pastorales a las comunidades
locales para que enfrenten estas peticiones e iniciativas.
Aparte de compartir la vida
espiritual de la comunidad, estas personas o grupos, en muchos casos, quieren
ayudar a los monjes o monjas de modos prácticos, especialmente en lo que se
refiere a las cada vez más difíciles y complejas relaciones con el mundo exterior,
como por ejemplo los problemas surgidos de la administración material, los
asuntos financieros y legales. Hay cierta justificación en contemplar en este
desarrollo algo totalmente en consonancia con la forma original de la institución
de los hermanos conversos en el siglo XII y con la finalidad y esencia de
tal institución. (Estudios históricos recientes han mostrado que los hermanos
conversos en los primeros siglos de la Orden jugaron un papel importante en
la administración material de las propiedades cistercienses, firmando a veces
documentos importantes).
La cuestión de la "vocación
de los hermanos conversos" nunca ha sido resuelta satisfactoriamente
en nuestra Orden y volverá a ser tratado en el próximo Capítulo General. ¿Resultaría
realista pensar que podemos volver sin más a la situación de hace treinta
años? Quizá este problema sin resolver pueda encontrar una solución por dos
direcciones complementarias. La primera está en la utilización de un pluralismo
bien entendido dentro de las comunidades de la Orden (como está previsto en
nuestra CST 14.2). Y la otra sería la promoción y desarrollo de esas comunidades
laicas autónomas que den una expresión nueva al carisma cisterciense en el
mundo, en comunión con las comunidades monásticas cistercienses enclaustradas”.
Este asunto fue estudiado cuidadosamente en la RGM de 1993 por las cuatro Comisiones
mencionadas y la RGM llegó a la misma conclusión que en 1984. No era momento de legislar pero si de permitir
que este movimiento espiritual fuese evolucionando. Se invitó a todas las Regiones a estar vigilantes
a este respecto.
Entre tanto un cierto número de grupos se habían ido
formando no sólo en los Estados Unidos sino también en otros lugares del mundo
dentro de la Orden, especialmente La Grande Saint Bernard, un grupo
nacido en Clairvaux en 1990 para estudiar la espiritualidad cisterciense y
hacerla conocer. En Enero de 1995,
después de haber visitado al grupo de Conyers en los años anteriores, Dom Bernardo escribió
un importante documento titulado: Reflexiones
Provocativas sobre “ASOCIACIONES CARISMÁTICAS”. En este documento, invitaba a los grupos a reaccionar
y un determinado número lo hicieron. Dom Bernardo
habló de nuevo de ese tema al final de una conferencia en la RGM de
1996 (Cf. Schola caritatis, pp. 16-17) De esta forma se fue
desarrollando lentamente una cierta visión común a partir de grupos muy diversos.
“... a discernir con prudencia y sentido profético, la participación
de fieles laicos en su familia espiritual, bajo la forma de “miembros asociados”,
siguiendo las necesidades presentes en ciertos contextos culturales, bajo
la forma de un compartir temporal en la vida de la comunidad y un compromiso
a la contemplación, con tal de que la identidad especial de [su] vida monacal
no sufra menoscabo”
Algunos grupos pertenecientes a distintos monasterios
de los Estados Unidos se reunieron en Genesee en Octubre de 1999 y redactaron
un documento titulado “El Vínculo de
Caridad” que expresaba no sólo los puntos comunes de sus aspiraciones,
sino también su combate para ser levadura en el mundo contemporáneo viviendo
el carisma cisterciense. Durante ese mismo año, Verónica Umegakwe, de Nigeria, fue invitada a hablar a los Capitulares,
en Lourdes, sobre la gran vitalidad de los grupos laicos cistercienses puestos
bajo el patrocinio del beato Cyprien Tansi.
Encuentros Internacionales de los Laicos Cistercienses
Quilvo 2000
En el transcurso de los años sucesivos se organizaron
de forma espontánea, por los propios laicos, tres Encuentros Internacionales.
El primero de ellos fue convocado en el monasterio de Quilvo, Chile, en Enero de 2000, por un grupo que acababa
de ser fundado. Además de los laicos cistercienses chilenos, también tomaron
parte participantes procedentes de Francia y los Estados Unidos, en total
estaban representadas siete comunidades. Se redactó un documento que se publicó
y se envió al Abad general OCSO, dom Bernardo Olivera.
Conyers 2002
Un segundo Encuentro Internacional tuvo lugar en
Holy Spirit (Conyers, USA) del 24 al
30 de Abril de 2002 en el que participaron un centenar de personas pertenecientes
a 26 grupos de Laicos cistercienses asociados a monasterios de Canadá, Chile,
Francia, Irlanda, Nigeria, Noruega, España, Suiza, los Estados Unidos y Venezuela.
Se creó una comisión de coordinación con cinco representantes con el
encargo de preparar el próximo Encuentro Internacional que debía celebrarse
en 2005 en Clairvaux, Francia.
También se nombró otra comisión, llamada
de comunicación, formada por siete personas, que debía ocuparse de mantener
un diálogo abierto y de crear y administrar el sitio Web http//:cistercianfamily.org
en tres lenguas: Inglés, Francés y Español.
En este Encuentro se redactó una carta dirigida al Capítulo General,
de la cual incluyo aquí algunos extractos:
“Somos hombres y mujeres laicos, que nos
sentimos profundamente llamados a buscar a Dios por medio de la tradición
Cisterciense. Aceptamos la Regla de San Benito, como nuestra guía para vivir
el Evangelio de Jesucristo. Por medio de la espiritualidad cisterciense, buscamos
hacer nuestra la Regla de San Benito y
viviendo sus preceptos unificar nuestras vidas. Desde la gran riqueza y diversidad
de nuestros grupos, compartimos unos valores y prácticas que nos unen. Entre
los cuales se incluyen:
·
Lectio divina
·
Oración individual, comunitaria y litúrgica
·
Simplicidad de vida
·
Conversatio morum
·
Silencio interior y contemplación
·
El trabajo como camino de santidad
El creciente número de comunidades y de personas
individuales buscando nuestra ayuda para seguir este camino Cisterciense,
nos enfrenta a algunos retos. […] Creemos que ha llegado el momento de pedirles
una palabra de sabiduría y reconocimiento, para alentarnos a vivir el carisma
Cisterciense en el mundo. A la vez, también solicitamos al Capítulo General
que discierna la autenticidad de la obra que el Espíritu Santo está efectuando
en nuestras vidas. La ayuda fraterna y la oración de la Orden, es un elemento
importante para responder con autenticidad a la presencia de Jesús en nuestros
corazones y para la renovación de la Iglesia en este nuevo milenio”.
Inclinándose
ante la evidencia de una llamada del Espíritu Santo, por el florecimiento
de estos grupos Laicos con el deseo de vivir el carisma cisterciense, el Capítulo
General aceptó, el 24 de Septiembre de 2002, pronunciar la esperada palabra
de sabiduría. Refiriéndose a las palabras
del Papa en su mensaje de 1998, el Capítulo General escribía:
“[Estas
palabras del Papa] serán tanto para vosotros como para nosotros puntos de
referencia para discernir cómo unos y otros participaremos del mismo carisma.
Nuestras diferencias son evidentes, y, sin embargo, procedemos de la misma
veta. En el respeto de estas diferencias, nuestra unidad podrá crecer sobre
fundamentos sólidos y duraderos. Ignoramos el futuro, pero nuestra visión
de la Familia Cisterciense os reconoce como testigos auténticos de la vocación
cisterciense comprometida en el mundo. Sentimos emoción y profundo reconocimiento
al Espíritu que trabaja en vosotros. Él es el Señor y guía de nuestra unidad
en la diversidad de nuestros estados de vida. Aunque vuestros grupos antiguos
tienen ya varios años de experiencia, se trata aquí de una situación nueva
tanto para nosotros como para vosotros. Cada una de nuestras comunidades es
autónoma y os responderá según su contexto cultural, su ritmo propio y la
sensibilidad de sus miembros. Sabed que vuestro interés por nuestra vida monástica
nos anima a vivirla siempre con más fidelidad. Proseguid en la ruta en que
estáis comprometidos, compartiendo con nosotros la tradición que nos da la
vida”.
La Grange
de Clairvaux 2005
A pesar de no disponer
de la infraestructura que ofrece una hospedería monástica, el grupo conocido
bajo el nombre de La Grange de Clairvaux
acogió del 1 al 7 de Junio de 2005 el tercer
Encuentro Internacional de los Laicos Cistercienses. Asistieron 130
personas aproximadamente (entre las que se encontraban unos veinte monjes
y monjas) representando a 34 grupos de todo el mundo. En este Encuentro, que contó con la participación
del Abad General, se confirmó que los laicos comparten la búsqueda y la práctica
de valores como la lectio,
la oración personal, en comunidad y litúrgica, la simplicidad de vida, la
conversatio morum, el silencio
interior y la contemplación y, finalmente, el trabajo como camino de santificación.
Además se constató que todos los grupos se arraigaban y fortalecían
en la devoción a María, Reina de Cîteaux; que iban desarrollando un sentido
cada vez mayor de comunidad entre las personas y vivían su misión activamente
en el mundo. Lejos de querer “jugar a ser monjes o monjas”, sus aspiraciones
son las de encarnar en sus vidas como laicos, dentro de
sus familias y profesiones, los
mismos valores fundamentales de la espiritualidad cisterciense que los monjes
y monjas encarnan dentro de sus claustros.
En el Encuentro de Clairvaux se eligió
un Comité Internacional, encargado de crear un vínculo entre todos los grupos
de Laicos Cistercienses del mundo así como establecer relaciones con la Orden
en su conjunto. A tal efecto, y tras la
solicitud de los propios laicos, la RGM decidió nombrar un abad de la Orden para crear un vínculo entre
la Orden y este Comité. Esta estructura
tiene por objeto favorecer el intercambio sobre los elementos comunes y la
diversidad, y facilitar recursos espirituales tanto a los grupos antiguos
como a los de reciente formación. No se trata de crear uniformidad, sino de
encontrar los puntos esenciales que son compartidos por todos los grupos Laicos
cistercienses. En la actualidad se pueden encontrar alrededor de sesenta grupos
en el mundo repartidos por los cinco continentes, aunque el mayor número se
concentran en los Estados Unidos y Francia, y también en España y América
Latina. Es necesario precisar que no sólo están vinculados a los Cistercienses
de la Estricta Observancia; algunos,
aunque en menor número, están asociados a la Orden Cisterciense o a las Bernardinas de Esquermes.
Huerta 2008
El cuarto Encuentro Internacional
está programado para los días 31 de mayo al 7 de junio de 2008, en España,
en el monasterio de Huerta. Este Encuentro ha sido preparado a lo largo de
los últimos años por el Grupo de Coordinación (Steering Committee) elegido en Clairvaux en 2005, en colaboración con el grupo asociado a
la abadía de Huerta, que se ocupa en particular de toda la logística de esta
reunión.
El fin primero de este Encuentro
será, evidentemente, como lo fue para los Encuentros Internacionales precedentes,
dar ocasión a los participantes, que vienen de diversos países y de diversas
culturas, compartir sus experiencias, ayudarse e iluminarse mutuamente. Pero
la reunión tendrá también dos tareas importantes. La primera será la tarea
de llegar a formular una visión común de aquello que los Laicos cistercienses
quieren vivir y que ellos consideran como los elementos esenciales de su vocación en tanto
que “laicos” y en tanto que “cistercienses”. En efecto, para ellos no se trata de ningún
modo de “jugar a monjes o monjas”, sino de encarnar en su vida de laicos los
valores esenciales de la espiritualidad cisterciense.
La segunda tarea en Huerta será
discernir si el tiempo de pedir un cierto reconocimiento oficial ha llegado
para estos grupos, sea por parte de una comunidad monástica local, sea por
parte de la Orden o de la Iglesia.
Una cuestión anexa, pero no sin importancia, será para el grupo decidir
si debe darse una cierta existencia en tanto que agrupación internacional,
a fin de poder dar un mandato preciso a un grupo internacional de coordinación.
En los párrafos que siguen quisiera elaborar
un poco estas tres finalidades a las que deberán responder los participantes
de la reunión de Huerta.
Lo que viven los Laicos cistercienses.
A pesar de considerables diferencias de funcionamiento,
los valores cistercienses privilegiados por todos los grupos de Laicos cistercienses
son sensiblemente los mismos. Estos valores son los ya mencionados en la carta
de los Laicos al Capítulo General de 2002, a saber, la lectio divina, la oración personal y litúrgica,
la simplicad de vida, el silencio interior y la
contemplación, el trabajo como medio de santificación.
Existe un cierto consenso de que la vida cisterciense,
siendo esencialmente cenobítica, para ser considerada « laica cisterciense »
no es suficiente que sea vivida individualmente ligada a una comunidad de
monjes o de monjas, o incluso de vivir solo en el mundo una vida inspirada
por la espiritualidad o la tradición cisterciense. Es necesario pertenecer
a un grupo de Laicos cistercienses. Según las sensibilidades propias de cada
área lingüística, algunos llaman espontáneamente a estos grupos “comunidades”;
otros prefieren el nombre de “fraternidades”; otros se atienen a la apelación
más neutra de “grupos”. Hay aquí, probablemente, una simple diferencia de
sensibilidad cultural. En ciertos contextos culturales se da fácilmente el
nombre de « comunidad » a todo grupo de personas que tienen entre
ellas una relación profunda y sobre todo considerándose responsables los unos
de los otros, vivan o no juntos o en un mismo lugar. En otros ambientes culturales
se prefiere reservar el nombre de “comunidades” a los grupos de personas que
viven juntas bajo el mismo techo.
Algunos de estos grupos se limitan a encuentros
ocasionales de oración y de compartir, en general en el monasterio, y con
un monje o monja. Otros grupos ponen un acento más fuerte en la enseñanza
dada sea por otros miembros del grupo, sea por la comunidad monástica. Incluso
algunos grupos tienen un proceso elaborado de discernimiento de “vocaciones”,
de formación y de introducción en el grupo. Para otros grupos, todo esto es
mucho más simple.
Una cuestión más importante es la vinculación
a una comunidad de monjes o monjas. Para la gran mayoría de los grupos esta
vinculación es considerada como esencial.
Se razona, entonces, por referencia a la situación de los monjes y de las
monjas. Ningún monje o monja está vinculado a la Orden si no es a través de
una comunidad local. Si los laicos quieren ser reconocidos como “cistercienses”,
esto sólo es posible a través de su vinculación a una comunidad cisterciense.
Pero para algunos otros, esta vinculación no es esencial. La comunidad laica
es ella misma considerada como cisterciense a causa de lo que vive. Ella misma
puede engendrar otras comunidades de laicos cistercienses o federarlos. Como
se ve, se toca ya aquí la cuestión de la oportunidad -o no- de un “reconocimiento”
oficial.
La cuestión de un reconocimiento oficial.
Nos preguntamos lo que significa un « reconocimiento »,
antes de preguntarnos qué tipos de reconocimiento son posibles.
Para esclarecer esta cuestión, hagamos nuevamente
la comparación con la situación de los monjes y de las monjas. Está claro
que cualquier persona puede vivir en el mundo los valores espirituales que
constituyen la vida monástica o la vida consagrada en general. Diversas personas
pueden reunirse para vivir juntas estos valores. No es necesario ningún permiso
para esto. La jerarquía o la autoridad
de la Iglesia nunca ha fundado comunidades monásticas o religiosas; pero ella
“reconoce” un cierto número, aprobando
sus Constituciones. Cuando la autoridad eclesiástica aprueba una comunidad
o una congregación, dice al conjunto del Pueblo de Dios que se hace garante
del valor espiritual de esta forma de vida y de su aptitud para conducir al
encuentro con Dios a las personas que formarán parte de dicha forma de vida.
Cuando un nombre -como el de “benedictino” o
“cisterciense” o “dominico”- ha sido desde largo tiempo, e incluso desde siglos,
vinculado a una forma de vida oficialmente reconocida por la Iglesia, no es
conveniente que alguno sin ninguna referencia institucional a esta institución
oficialmente reconocida se arrogue este título. Este es el motivo por el que,
cuando un monje o una monja, incluso con todos los permisos, funda a título
personal una comunidad no asumida por su propia comunidad, la Orden (y la
Iglesia) se oponen siempre a que se dé la calificación de “cisterciense” o
de “trapense” a su comunidad, sea cual sea la cualidad de la vida religiosa
practicada por su grupo. No se trata de defender un título de propiedad, sino
de evitar que los candidatos o candidatas eventuales no sean inducidos a error
sobre la “garantía” oficial que tal grupo puede haber recibido, o no haber
recibido (sea el que sea su valor objetivo).
Vemos enseguida cómo esta reflexión debe aplicarse
a los grupos o comunidades de Laicos cistercienses. Hasta aquí no podemos
sino regocijarnos de la calidad que viven todos los grupos; pero es posible
pegar toda clase de patinazos y resbalones (¡incluso en las
comunidades monásticas!). Así pues, no conviene que el nombre “cisterciense”
sea utilizado para designar un grupo, sin que sea recibido un cierto reconocimiento de que aquello que vive es verdaderamente
cisterciense.
La actitud de OCSO (y, parece ser del mismo modo en otras ramas de la Familia
cisterciense) ha sido hasta aquí dejar a cada comunidad local con su superior/a
permitir que un grupo se asocie a su vida. En términos rigurosos, sea cual
sea la cualidad de lo que vive este grupo, este está asociado a la comunidad
local sin ser parte de ella. No pertenece a la Orden pero le está indirectamente
asociada por su asociación a la comunidad local.
El derecho canónico permite a una asociación
de laicos hacerse reconocer como asociación diocesana. Este o aquel grupo
ha pedido y obtenido una tal asociación. No parece que un obispo local tenga
la autoridad de atribuir el título -o el carácter- “cisterciense” a un grupo
local, siendo así que se trata de una Orden -e incluso de Órdenes- de derecho
pontificio.
Una cuestión más importante es la de un reconocimiento
del conjunto de los grupos constituyendo este gran movimiento espiritual que
no ha cesado de crecer a lo largo de este último cuarto de siglo. Dos vías
netamente diferentes se ofrecen para un tal reconocimiento: o bien el reconocimiento
es pedido a la Santa Sede, o bien es pedido a la Orden. En el primer caso
se tratará de obtener del Consejo Pontificio
para los Laicos un reconocimiento oficial de una asociación de todos los
grupos de Laicos cistercienses como “Asociación Internacional de Fieles”, a ejemplo del Camino Neocatecumenal, de las Comunidades de Emmanuel, de San Egidio,
de Comunión y Liberación, etc. Una tal Asociación Internacional tendría su
propio gobierno y no dependería de ninguna de las Órdenes cistercienses, incluso,
sin duda alguna, si viviera en una gran comunión con ellas. Esta opción no
se puede rechazar, pero parece ser poco popular entre os grupos actuales.
La otra vía es la del reconocimiento dado por
la Orden (es decir, en nuestro caso, por OCSO) en la línea prevista por el
Canon 303 del Código de Derecho Canónico. Aquí, también, teóricamente hay
dos opciones. La primera opción sería que la Orden reconozca la existencia
de una suerte de Tercera Orden cisterciense compuesta de comunidades laicas.
Esta Tercera Orden tendría sin duda su propio gobierno y dependería directamente
de los Capítulos Generales de abades y abadesas (hasta el tiempo cuando tendremos
nuestro Capítulo único). Si no me equivoco, esta opción es incluso menos popular
que la precedente. La opción que queda es la del reconocimiento a través del
lazo con una comunidad local de monjes o monjas.
Esta última opción puede conllevar diversos grados -y sin duda sucesivos.
Hasta ahora, la Orden se ha contentado con decir -pero sólo implícitamente-
que nada impide a una comunidad local establecer lazos espirituales con un
grupo de laicos. Para que haya un verdadero “reconocimiento” que no sea sólo
reconocer la existencia de estos grupos, sería necesario que los Capítulos
Generales, en una decisión oficial inscrita en sus Actas, reconocieran que
cada comunidad de monjes o monjas pudiera asociarse una « comunidad de
laicos » en el sentido dado por el Derecho canónico a esta comunidades
de laicos asociadas a un Instituto religioso. Evidentemente, en este caso,
los Capítulos Generales deberán establecer ciertas condiciones al menos mínimas
para que un tal reconocimiento sea posible en cada caso.
Es en este sentido que los Laicos cistercienses
reunidos en Huerta se esforzarán por formular una « visión común »
de su vocación con el fin de presentarla para ser discernida y eventualmente
aprobada por los Capítulos Generales de Asís en el próximo septiembre.
Pero se puede pensar que esta evolución de su
naturaleza podría ir más lejos. En efecto, estos laicos asociados a la Orden
a través de su asociación a una comunidad local no son realmente miembros ni de la Orden, ni de la comunidad
local a la cual están asociados. ¿Qué sería necesario para que pertenezcan
a la Orden y puedan ser llamados con todo rigor terminológico y en toda su
verdad «cistercienses»? Sería suficiente que la Orden modificase ligeramente
su descripción jurídica de la «comunidad cisterciense». Un ligero añadido
a la Constitución 6 sería suficiente. Se leería, entonces, así:
«La comunidad está constituida de hermanos/hermanas que han hecho su profesión,
de novicios/as y de otras personas admitidas en su seno por razón de probación
así como de oblatos y de laicos pertenecientes
a la comunidad de laicos cistercienses vinculados a la comunidad».
¿Es esta una pura utopía? No
lo creo; es cierto que queda una larga evolución por hacer antes de llegar
aquí y que un Estatuto determine muy claramente las condiciones y modalidades
de un tal reconocimiento y de una tal pertenencia. Podríamos inspirarnos en
la situación de nuestra Orden en el siglo XII donde la familia de cada comunidad local constaba no sólo de monjes (o monjas)
sino también de conversos, y de “familiares” de diversas categorías.
Una cosa es cierta, el Espíritu
Santo está en camino de dar una nueva expresión del carisma cisterciense,
después de todas las expresiones fuertemente diversas que ha dado a través
de los siglos, en las diversas Órdenes y Congregaciones pertenecientes a la
gran Familia cisterciense. Nos corresponde encontrar una forma jurídica que
permita a esta nueva expresión de nuestro carisma desarrollarse y ser portadora
de sus frutos. Dar una forma jurídica al carisma es una dimensión propia del
carisma cisterciense. De esta manera es como nuestros primeros Padres, a través
del genio de Esteban Harding y la Carta de Caridad, han permitido a la Orden
expansionarse con tal energía.
La gestión práctica de un movimiento
internacional.
Paralelamente a la cuestión
canónica de la oportunidad de una cierta forma de reconocimiento oficial del
laicado cisterciense, existe la cuestión del todo práctica de la gestión de
las relaciones entre los grupos. Muy pronto las personas pertenecientes a
los diversos grupos han sentido el deseo y la necesidad de encontrarse para
compartir sus experiencias, aprender los unos de los otros y enriquecerse
mutuamente. Es así como se han organizado espontáneamente los primeros encuentros
internacionales. Desde el segundo Encuentro, el de Conyers, las personas presentes en esta reunión han designado
a algunas personas para organizar la reunión siguiente. No se trataba de un “mandato”, pues no había
ninguna persona moral que pudiese dar este mandato. En efecto, este encuentro
de Conyers era un encuentro libre de personas individuales
pertenecientes a algunos grupos.
Incluso fue así en Clairvaux en 2005. Las personas reunidas eligieron un comité llamado « Steering Committee »,
para coordinar a la vez la comunicación entre los grupos de laicos cistercienses
y con OCSO y, eventualmente, las otras Órdenes cistercienses. Los miembros
este grupo no recibieron un mandato preciso puesto por escrito y votado por
la asamblea. Es normal que su mandato fuera interpretado de manera diferente.
En la organización de la reunión siguiente, esta de Huerta, necesariamente
debieron tomar posición sobre cuestiones concretas tales como: ¿quién debe
ser invitado y quién puede ser aceptado a este Encuentro? ¿Todas las personas
que lo deseen, pertenezcan o no a un grupo? ¿Qué grupos pueden ser reconocidos
como grupos de laicos cistercienses -únicamente aquellos que se vinculan a
una comunidad monástica, o todo grupo que quiere llamarse así? Se podría decir,
en rigor terminológico, que el Steering Committee no tiene mandato oficial para
tomar estas decisiones ; pero hay decisiones que tomar y nadie mejor
indicado que ellos para tomarlas. No sólo este grupo no tiene ningún documento
ni ninguna autoridad a la que referirse para encontrar respuesta a estas cuestiones,
tampoco hay persona a quien rendir cuentas de su gestión, porque las personas
físicas reunidas en Huerta no serán, en su mayor parte, aquellas que estuvieron
en Clairvaux.
Todo esto muestra que si los
grupos laicos cistercienses quieren continuar organizando comunicaciones entre ellos y sobre todo nuevos encuentros
internacionales, deben darse una suerte de existencia colectiva como persona
moral. Así, podrían crear una “Asociación de Laicos cistercienses”. Es
importante precisar que no se trata de ninguna realidad canónica,
sino de un grupo que se da una estructura de funcionamiento con el fin de
llegar a una cierta eficacia. Es así que existen asociaciones de padres-maestros
y de madres-maestras o asociaciones de cillereros y cillereras, reagrupando a menudo
personas pertenecientes a diversas Órdenes, y que existen simplemente con
el fin de ayudarse de manera eficaz. Tal asociación deberá entonces darse
unos estatutos, al menos elementales, determinando quien puede pertenecer,
y eligiendo un equipo de gestión o de coordinación por un tiempo determinado
y con un mandato preciso. Hacerlo sería ser fiel al espíritu primitivo de
Cîteaux que, subrayando la autonomía de las comunidades, se dio estructuras
elaboradas al servicio del ejercicio de la caridad.
Conclusión
El movimiento de los « laicos cistercienses »
se ha desarrollado de una forma admirable a lo largo de estos decenios. Ha
tomado dimensiones que nadie habría podido suponer hace veinte años. Los frutos
son visibles en la vida de los laicos y de las comunidades que los acompañan.
No se puede dudar que se trata de un movimiento bajo el influjo del Espíritu
Santo.
La Orden, ciertamente, ha estado
bien inspirada cuando ha dejado evolucionar esta realidad espiritual sin intervenir
prematuramente por directivas y reglas. Sin embargo la importancia tomada
por este movimiento, aunque fuese sólo numérica, en la vida de la Orden, hace
que sea imprudente diferir por más tiempo un tipo de “reconocimiento” oficial….
y el establecimiento de ciertas normas al menos mínimas como condición de
este reconocimiento.
Al mismo tiempo, independientemente
de este reconocimiento de carácter jurídico o canónico, pero paralelamente
a él, parece también urgente que el conjunto de los que se quieren “laicos
cistercienses” -si desean continuar funcionando a nivel mundial y entre Órdenes
donde funcionan actualmente- se constituyan en “persona moral” pudiendo dar
mandatos precisos a aquellos a quienes sean confiados algunos servicios.
Scourmont, Día de Pascua
de 2008
Armand VEILLEUX